martes, 27 de octubre de 2009
De difuntos
Iba mi abuela a pagar el “recibo de los muertos”, y yo salía a la puerta, inducido por tan extrañas palabras. Allí, de improviso, un señor bajito, calvo y con bigote, que sostenía una gastada cartera bajo el sobaco, se me aparecía aureolado por un misterio insondable, como si se tratara de un mensajero llegado del mismísimo Hades.
Luego estaban los velatorios, acontecimientos masivos a los que acudía todo el vecindario. Los niños también, nerviosos ante la perspectiva de contemplar un cadáver; espectáculo inefable, cuando la tele era una rareza propia de excéntricos, que impactaba mucho más, eso sí, que un capítulo del CSI. En el velorio se comía y, los mayores, bebían para “subir el muerto al cielo” por lo que, con el paso de las horas, el jolgorio iba creciendo en intensidad, incluso entre los allegados al difunto.
Después, el tránsito se ha hecho aséptico y frío. En las afueras, se despacha el trámite, propio de una época que no quiere saber mucho de la muerte. Las funerarias son negocios apartados, de los que se habla poco, aunque no llegamos todavía al extremo de los japoneses, si es cierto lo que muestra una reciente, y excelente, película nipona, “Despedidas”, en la que el protagonista es repudiado hasta por su mujer, cuando se entera de que trabaja como amortajador.
Pero, de repente, el gremio ha abandonado su discreción habitual: una funeraria de Valladolid ofrece entierros gratis a los parados. El anuncio, que suena a fresco, en un sector tan lúgubre y sombrío, ha suscitado alegres comentarios, como los de un anónimo lector que, en internet, se imagina ya al médico diciendo a una señora: “Su marido estaba en el paro, ¿no?. Pues entonces tengo dos noticias: una mala y la otra buena”. Simpática iniciativa, en fin, que nos hace más llevadera la crisis, pues ya no se podrá murmurar eso de “no tiene ni donde caerse muerto”.
Y es que hace bien este ramo industrial en innovar, antes de que triunfen propuestas que pueden ocasionarle la ruina, como la que lanzó este verano un líder animalista, conocido opositor al Toro-Vega: que nos echen a los buitres, para no contaminar con nuestros restos y ayudar así al mantenimiento de dicha especie carroñera. Claro que más ecológico y anticrisis aún sería que nos diéramos al canibalismo.
(El Mundo. Diario de Valladolid. 26-10-09)
miércoles, 21 de octubre de 2009
Vinos y Tapas
Hace años, muchos forasteros, al llegar a Valladolid, se quedaban helados: por el frío, por la niebla, y también tras comprobar que en las tascas y tabernas se bebía a palo seco, el leve clarete de Cigales o, incluso, el rotundo blanco de Serrada, cuando no misteriosos brebajes, como el carriazo. Se daban excepciones, ya que en unos pocos y vetustos garitos se hermanaban sistemáticamente el porrón de morapio con cacahuetes a granel, por ejemplo en el “Socialista”, motejado de tal en pleno franquismo; o estaba también el “Penicilino”, donde tenían a gala hacerte acompañar la enigmática poción con un mantecado llamado zapatilla.
Pero en los demás sitios, nada de nada. A diferencia del Húmedo en León, o de los bares de Avila y otras urbes cercanas, incluida Madrid, donde al pedir el chato te ponían obligatoriamente unas generosas tapas, aquí no; el que quería evitar beber con el estómago vacío (que dicen que es muy malo) se tenía que pedir, a su costa, una ración entera. Pues, lo que son las cosas, pese a semejantes antecedentes Pucela se ha convertido en la capital del pincho; eso sí ya transmutado en un artículo ultramoderno, de cocina en miniatura, que si te descuidas hecha humo de colorines y lleva reducciones, espumas y texturas.
Están, en cambio, extintas o en vías de extinción viejas viandas de mesón, como la sangrecilla (con pimentón) o las cortezas y las orejas rebozadas, de cerdo, naturalmente. “Ponme una, pero que sea de parte alta”, decían los parroquianos, mientras disfrutaban de aquellos paraísos en los que no se conocía la maldición de los lípidos totales (no se hablaba de ello en la tele); ni qué era eso del colesterol, ni bueno ni malo. Sólo se chateaba, cuando esta palabra antigua y de cuadrilla no había mutado a neologismo ciberespacial.
Sin embargo, lo más paradójico es que, en tierra de campos y pleno secano, las tapas más típicas quizá fueran las de origen marinero: mejillones, en salsa roja y, sobre todo, la divina naveganta; una sardina cruda con un poquito de vinagre o limón (y cebolla picada), que reinaba en las orillas de Cantarranas y que, actualmente, es un manjar raro y hasta prohibido, por ese bicho japonés, el anisaki. Hay que congelarlas antes, como método preservativo y, claro, ya no es lo mismo.
(El Mundo. Diario de Valladolid. 19-9-09)
martes, 20 de octubre de 2009
Gripe A
SOR PANDEMIA
lunes, 19 de octubre de 2009
Identidad Castellana y Leonesa
¿IDENTIDAD? NO, GRACIAS
¿No se gastan un dineral vascos y catalanes, y nos lo hacen gastar a los demás, con el cultivo y la crianza de las suyas, tan rancias y recias? Sin embargo, nuestros políticos no escarmientan (¿quizá porque no pagan los desperfectos con su sueldo?) y quieren, a toda costa, endilgarnos una nuevecita y a estrenar. Que no hombre, que no. Castilla y León es, simplemente, sin misticismos de laboratorio, una distribución administrativa y política que sólo se justifica si, facilitándonos la vida, nos hace avanzar y progresar. Y punto. Y si no funciona, a Madrid otra vez con todo, que no pasa nada.
Unión Ibérica
Portugal por qué te quiero tanto
Con el chute que les ha suministrado ZP, andan crecidos los nacionalistas catalanes, tocándonos los conceptos con que si van o vienen y refocilándose en consultas de campanario, que organizan los sacristanes en los pueblos. Sin embargo, nuestros hermanos lusos, tan educados, nos ofrecen un inesperado regalo: el 40% apoya la unión política con España; sorprendente resultado de un estudio realizado por la Universidad de Salamanca.
Bien es cierto que, en las recientes elecciones, una candidata con discurso antiespañol ha llegado a decir que si gana paralizará las obras del AVE (como los proetarras: todos los nacionalistas son iguales, les gusta la división, el atraso y el aislamiento). Pero allí, un país normal, eso lo sostiene la derecha reaccionaria y no como acá, que es la izquierda "progre" la arrebujada con el nacionalismo.
En fin que menos mal que nos queda Portugal, en tiempos de taifas y paletismos de alpargata maloliente. ¿Por una vez, en nuestra desgraciada historia, tendremos la suficientemente sensatez de acordarnos, ahora que pintan bastos, de que la unión hace la fuerza? La Federación Ibérica, para cuya capital propongo a la bella Lisboa, sería el país con mayor extensión de la UE y el quinto en población y en PIB. Eso por no hablar de las enormes posibilidades en Iberoamérica, con una potencia emergente como es Brasil, y la proyección en Africa (Angola y Mozambique) o incluso en Asia.
El Botellón
BOTELLINES Y BOTELLONES
Museo Colegio de San Gregorio
MIRAR CON PASION
Se trata de religión. Las tallas de la escuela de imaginería castellana, en madera policromada, nos convocan inequívocamente a una experiencia religiosa, pura y dura, radical, sin matices que la atemperen.
Sí, ya lo se. Es tropo retórico admitido y celebrado decir que hay otra forma de vivirlas, de conocerlas, supuestamente laica; la cual, para serlo, se refugia en la emboscadura de lo meramente estético. Pero ese modo esteticista, desmochado de su fondo experiencial auténtico, corre el peligro de quedarse en lo superficial: belleza, perfección técnica, equilibrio y, sobre todo, verosimilitud, como producto de una lograda reproducción realista.
Comprendo que hablar de religión a mucha gente incomode, y más en estos tiempos, confusos e ideologizados. Quizá convenga aclarar, antes de nada, que no me refiero a la actividad de ninguna institución religiosa en concreto, ni siquiera a esa tan nuestra y, sin embargo, tan sorprendentemente odiada que es la iglesia católica. Ni para bien, ni para mal, tiene mucho que ver con dicha institución, tal y como desempeña actualmente la parte oficial de su cometido, esa experiencia, subjetiva, personal, a la que nos confrontan estas magníficas esculturas, joyas propias de un pasado ya lejano; emblemas de una aventura que comenzó hace quinientos años y se prolongó durante varias centurias.
Y sin embargo esa experiencia, si es honda y profunda, si no se queda en la apariencia y el detalle anecdótico, es siempre, insisto, religiosa y, a veces, puede alcanzar los arcanos de lo místico. Porque dichas imágenes, que llegan a representar, misteriosamente, incluso el movimiento, están llenas de vida, de verdad; de tal modo que hay que estar preparados para recibirlas del mismo modo, con autenticidad, asumiendo el riesgo que conlleva una mirada llena de pasión y de deseo; el de conocer, el de trascender nuestra vulgaridad cotidiana.
Se trata de obras cuyo sentido es apelar, por tanto, a la parte pasional, irracional, trasgresora y deseante del ser humano, en un momento, los comienzos de la Modernidad, en los que la ciencia y una pujante y paradójica religiosidad racionalista, el protestantismo, acomodándose al capitalismo emergente como señaló Max Weber, amenazaban con sepultar nuestro lado vivencial y emotivo; subsumiéndolo bajo la hegemonía totalitaria de una ilustración sin matices.
Es sabido que no hay mayor loco que el que se cree a si mismo completamente cuerdo: ese es el tipo de locura que nos trajo la racionalidad cientifista, propia de un positivismo que considera al ser humano como exclusivamente racional, amputando de este guisa la parte que hemos denominado, no sin motivos, como religiosa. Pero a esa pretensión, peligrosamente empobrecedora y unidimensional, plantó cara la escultura castellana, evolucionando desde el clasicismo renacentista y el manierismo (en los que podemos incluir a Juan de Juni y Alonso Berruguete) hasta llegar al esplendor barroco de Gregorio Fernández o Francisco del Rincón. Todos ellos son ejemplos de lo que podemos denominar arte de lo sagrado, utilizando aquí este término en el sentido, tan sugerente y evocador, que le diera Georges Bataille.
No obstante, con el transcurso del tiempo la tiranía moderna que busca imponer la exclusividad de la ciencia y de la racionalidad, acabó triunfando, a veces violentamente (pensemos en la revolución francesa), provocando una respuesta no menos radical y extrema, la reacción romántica; réplica exacerbada en la que lleva enfrascado el arte desde entonces, metamorfoseándose en sucesivas y reincidentes vanguardias que la van prolongando, mediante la reivindicación ya sin más, fuera de todo ámbito sagrado, del lado oscuro y psicopático, como intento desquiciado de dejar constancia de una olvidada verdad (aunque sea parcial) del hombre para, de este modo, poder escapar como sea del asfixiante corsé racionalista. Y en esa esquicia que nos disocia irreparablemente, pues establece la incompatibilidad entre la pragmática racionalidad positivista y la exaltada subjetividad romántica, seguimos instalados todavía.
Y sin embargo, las maravillosas esculturas de la escuela castellana afirman, con aplastante contundencia, que la síntesis fue una vez posible, que la razón y la pasión pueden convivir en equilibrio; pues esa es la apuesta del arte de lo simbólico, que articula un universo en el que es factible vivir la experiencia de lo sagrado. En estas tallas de madera se representa con fidelidad absoluta el cuerpo en toda su materialidad, pues es este un arte clásico y, por ello, marcadamente materialista, que se basa en el estudio moderno, riguroso y perfecto del cuerpo humano; eso sí llevado a cabo no con fines didácticos o prácticos, como por entonces ya empezaba a hacer, en el ámbito de la medicina, la recién estrenada ciencia anatómica (que por cierto, nació también en Valladolid), sino con la finalidad de que todo ese alarde de conocimiento siempre esté al servicio de un mundo simbólico: el de la pasión de Cristo, un héroe cuyo sacrificio constituye el núcleo del relato mítico fundador de nuestra civilización.
La palabra, la promesa, se hace carne, como nunca, en estas esculturas que sobrecogen por la conjunción que en ella se opera, al encontrarse frente a frente lo bello y lo siniestro, es decir el más alto ideal del espíritu y el dolor más lacerante, expresado a través, no de abstracciones, sino de la presencia inapelable de los músculos en tensión y de la sangre derramada. Y todo ello para representar, de este modo, la eterna tragedia del ser humano, que advino al mundo cuando el verbo habitó un cuerpo que, hasta entonces, era sólo el de un animal más entre los otros.
Claro que, la enorme fuerza de esta singular experiencia escultórica sólo se entiende si pensamos que, en el momento en el que se inició, Valladolid, Castilla, España, eran el centro del mundo; aunque hoy nos cueste comprenderlo, sumergidos como estamos en el fondo embarrado de una ya larga decadencia. Sin embargo es verdad, el siglo XVI fue el siglo de España, y por entonces Valladolid venía a ser el corazón de un cuerpo social vigoroso, lleno de ambición y de futuro, que supo dar al mundo, entre otros muchos portentos, el de esta escultura en madera policromada que, por ser un material especialmente adecuado para ello, logró recrear en imaginería incomparable los conceptos, los símbolos mejor dicho, éticos y estéticos de un gran proyecto espiritual, católico, es decir universal.
(El Mundo. Diario de Valladolid. Extra Museo Colegio de San Gregorio. 18-9-09)
El Toro de la Vega
Incansable, insiste el tabarrón animalista, pues llegó la Peña y, al tiempo, el maravilloso rito-fiesta del Toro-Vega. Según Ruiz Quintano, al palabro tabarrón nuestros escritores costumbristas lo pinchaban, cual insecto, con su pluma sobre el papel. Pero ahora a ver quién clava nada en la pantalla, con el Word. Es mejor no intentarlo tan siquiera, porque puede cascar el periférico del pecé, y además te arriesgas a que te llamen asesino, como a Obama cuando en la tele aniquiló de certero manotazo a una mosca cojonera (que no se si los yanquis la denominan así, pero el concepto es el mismo). Los gringos del tabarrón son ya allí, cuna del pensamiento disney, una auténtica plaga, y se sintieron solidarios. Identificados con el animal, ya les digo.
Lanzan al aire este bichito, entre verdoso y azulado, y creen que los de Tordesillas se van a acomplejar. Tengo para mí que no, que la cosa es difícil, pues mayores bestezuelas han conocido. Si los antitaurinos se dieran más a las letras que a las voces, como suelen, sabrían que en 1964, en pleno franquismo, el Sr. Fraga Iribarne, por aquello de europeizarnos, se puso farruco e intentó cargarse el rito mediante decreto ministerial de los de antaño, en plan ordeno y mando.
Apareció la guardia civil con tricornio y metralleta que, la verdad, y para qué nos vamos a engañar, imponía más que los domingueros de hogaño que, a grito pelado, tratan de conseguir lo mismo: la prohibición. Sin embargo, aquel despliegue de fuerza bruta no pudo impedir que al toro lo mataran noblemente, cara a cara, en los pinares del río Duero, dos mozos del lugar; tal y como se viene haciendo desde el siglo XV. Los tenían bien puestos, los dos. Después, al par de valerosos torneantes los forraron en el cuartelillo, que los prohibicionistas de entonces se las gastaban así.
Lasciate ogni speranza, los del coleóptero, ya que si hasta la vaca lechera, tolón, tolón, mata moscas con el rabo, imagínense qué hará con el tabarrón el Toro de la Vega, victorino y astifino de casi 600 kilos, animal totémico, sagrado, viva plasmación del toro de Osborne, del querido Toro de España. Felices Fiestas, Tordesillas, y enhorabuena por ser tan valientes.
Luis Martín Arias
(El Mundo. Diario de Valladolid. 14-9-09)