martes, 12 de enero de 2010

Tauromaquia catalana

UNA HISTORIA DE FANTASMAS

Tras larga faena, en Cataluña le van a dar la puntilla a las corridas. Y lo hacen porque, prohibiendo definitivamente los toros, piensan que son menos españoles. No se necesitan razones, se trata de nacionalismo, tan irracional, tan emocionante: puro romanticismo. Con su pan se lo coman.

Sólo algunas anécdotas y curiosidades. Desde principios del siglo XX, Barcelona fue la ciudad más taurina del mundo, con tres plazas de toros: la más antigua y popular en la Barceloneta; otra, Las Arenas (precioso monumento neomudéjar), en la Plaza de España y la tercera, la Monumental, uno de los cosos más grandes del planeta, construido en bello estilo modernista (el único que quedaba y que ahora van a cerrar). Hasta 1975 había temporada taurina en Las Arenas y corridas todos los jueves y domingos en la Monumental, algo que no ocurría, ni de lejos, en Las Ventas de Madrid, convertida ya en plaza de feria, que sólo se llena en San Isidro. Empezó la transición: se eliminaron las corridas de los jueves y en 1977 se clausuró Las Arenas, que desde entonces permaneció varada como un busque fantasma, hasta sufrir la humillación actual: han hecho de ella un centro comercial. La Monumental quedó como plaza de turistas, con los taurinos profesionales (quintacolumnistas y principales enemigos de la fiesta) degradando el espectáculo hasta extremos increíbles, sin toros ni toreros y regalando orejas para animar el circo de los guiris. Los políticos no se quedaron quietos: prohibición de la entrada a los menores (listos son, los puñeteros, saben donde dar la puñalada) y de las plazas portátiles.

Crónica de una muerte anunciada. Ahora los taurinos lloran por la pérdida de lo que no supieron defender (adviértase la ausencia de toda referencia sexista: uno también tiene su corazoncito). ¿Y el toro bravo, ese magnífico animal, único en el mundo? Este año han sobrado 4.000, muchos de ellos criados en las ecológicas dehesas de Castilla y León. Irán al matadero, a sufrir una muerte sórdida, infinitamente peor que la digna lucha en la plaza. Su carne, paradójicamente, surtirá a las hamburgueserías que han abierto en el Mall de Las Arenas. Allí, las masas consumistas, con la conciencia tranquila y sintiéndose cada vez menos españolas, se la comerán. Con su pan, pero a la americana y con kétchup.

Esperando a la ley

¿Fumata? Ni blanca ni negra

Al final nada, no hay una verdadera ley antitabaco en Año Nuevo. La promesa, convertida en humo, se pospone hasta mediados del 2010, pero mucho me temo que al final seguiremos igual. Si ya la Junta de Andalucía, socialista como el gobierno, avisa por adelantado de que, caso de aprobarse, van a ser permisivos, ¿qué no harán las comunidades del PP, como Castilla y León?

Incluso Fernando Savater, que no es ni de lo uno ni de lo otro, se descuelga con un artículo contra la norma nonata, en el que habla de “enfermedades derivadas del abuso -no del uso- del tabaco”. Niega así el filósofo pruebas aportadas por la ciencia. Por ejemplo, en la prestigiosa revista “Nature” se acaba de publicar que con cada 15 cigarrillos se produce una mutación cancerígena. Afirma también Savater que si “alguien se siente molesto por el humo” en un bar o restaurante, “con no frecuentarlo asunto resuelto”. ¿Qué pasa con los camareros; obligados a inhalar durante toda su jornada laboral el aire contaminado?
En el suplemento de salud de este periódico leímos hace unos meses los resultados del estudio llevado a cabo en Pueblo, Colorado (EE.UU.), donde no se puede fumar en ningún bar ni restaurante. Decía el cronista que “tres años después de la puesta en marcha de la norma, el número de hospitalizaciones por infarto agudo de miocardio ha caído de una forma tan significativa que muchos especialistas creen que es una inmoralidad y un atentado contra la salud pública, permitir fumar en cualquier local cerrado”. Lo más llamativo es que los infartos han descendido un 41% entre los no fumadores. Además, se compararon estos cambios con lo sucedido en Colorado Springs, ciudad cercana en la que se aplica una norma como la de España, comprobándose que allí no se ha modificado el número de infartos.
Por tanto, tomarse un café en ciudades como Valladolid es una actividad de riesgo, ya que desde el principio sólo dos o tres establecimientos hosteleros decidieron ser de no fumadores. Y creo que, de ellos, sólo uno era bar de tapas, pero el incauto que entraba corría el mismo riesgo que en los demás de ser atufado. La realidad ha prevalecido y ya han quitado los carteles. Una pena, porque ahora que hay más turistas podría ofrecerse como ejemplo de casticismo español: la ley y la trampa; todo a la vista.