miércoles, 30 de diciembre de 2009

Animalismo

LAS MATANZAS, SIN IR MÁS LEJOS

Un mundo desaparece, en acelerada metamorfosis. En el cuadro “Juegos infantiles”, que Brueghel el Viejo pintó allá por 1650, los niños hacían lo mismo que han hecho generación tras generación: jugar en la calle con un montón de amigos durante horas y horas a, por ejemplo, el “burro”; distracción reproducida, en la esquina inferior derecha del cuadro, de idéntica manera a cómo se ha visto hasta hace poco en nuestros pueblos y ciudades.

Sin embargo, por primera vez después de siglos, ya no hay niños jugando a la “pídola”o con un aro en las calles (y, si no fuera por la emigración, no los habría en ningún sitio: Castilla y León está en crecimiento cero, pese a que los extranjeros mantienen, según el INE, un incremento por natalidad del 6%). Hace sólo unos años había 20 niños por cada coche; ahora tenemos 20 automóviles por cada uno de ellos. Está claro quién ha ocupado el vacío dejado en las calles.

El progreso también acaba con otra reliquia cultural, las matanzas: en Castilla y León se han reducido un 60% en la última década. De nuevo acuden sensaciones y recuerdos de infancia: la sangrecilla, las pruebas o jijas (también llamadas chichas), como placeres inmediatos; y la alegría de un futuro que ya se acercaba prometedor, engalanado con morcillas, chorizos y jamón. La familia, los vecinos y, por supuesto, los niños, jugando con la vejiga del gocho, aprovechando, para disfrutar, hasta esa parte del bendito gorrino.

Diversas causas, todas muy modernas, explican esta extinción, pero hay que decir que la Junta no ha hecho nada por evitarla. Incluso es posible que haya contribuido, dando un empujón, con su afán por controlarlo todo, aplicando desde 1990 absurdas y reglamentistas normas veterinarias, agravadas en 2000, con una nueva orden reguladora. Pero, sobre todo, no ha promocionado esta actividad popular y tradicional que, en la práctica, está casi prohibida. Amparados en semejante ambiente ideológico, político y legislativo, algunos incluso se atreven a presentar denuncias contra las pocas matanzas públicas que todavía organizan en algún pueblo, las cuales, al parecer, hieren la delicada sensibilidad posmoderna que, por supuesto, no se conmueve ante el aséptico filete, empaquetado, en el hipermercado. Lo dicho; otro mundo.

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